El Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial se celebra el 21 de marzo de cada año. Ese día, en 1960, la policía abrió fuego y mató a 69 personas en una manifestación pacífica contra la ley de pases del apartheid que se practicaba en Sharpeville, Sudáfrica.
A pesar de que, a más de 60 años, el sistema del apartheid en Sudáfrica se ha desmantelado, en México la apariencia física continúa siendo la principal causa de discriminación. De acuerdo con la última Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis), más de la mitad de la población indígena y afrodescendiente considera que sus derechos se respetan poco o nada. La reproducción social de esta exclusión se extiende por todos los sectores de la población y crea un sistema de abusos y privilegios.
Pese a que estudios sobre la genética y el racismo han probado ya la definitiva inexistencia de la “raza”, el hecho de que las personas actúen como si existieran conlleva consecuencias reales. Esta existencia social de la idea de raza, que se sostiene mediante procesos de racialización, recae en la observación y lectura constante e inevitable de nuestros cuerpos.
Una cantidad cada vez más grande de informes, estadísticas y reportes de organismos internacionales ha dejado en evidencia la existencia del racismo y sus efectos en la vida cotidiana. Ser de piel más oscura implica tener en promedio dos años menos de escolaridad, menor ingreso, menor acceso a puestos directivos y menores probabilidades de mejorar la posición socioeconómica.
En la lógica de blanqueamiento del proyecto del mestizaje, el color de la piel, la estatura, el tipo de cabello y otros rasgos como el color de los ojos o las facciones siguen categorizando a las personas dentro de estructuras jerárquicas. Las experiencias de esta clasificación, la comprensión de la inevitable lectura de nuestros cuerpos y los debates que produce son parte fundamental de cómo el concepto de raza se ‘reactiva’ continuamente en el imaginario social.
Tras décadas de constante denuncia social, nuestro país apenas comienza a enfrentarse con esta realidad abrumadora. La marginación histórica de grupos enteros de personas con base en su apariencia física ha significado el rezago económico, educativo e incluso político para millones de mexicanos.
La recolección de los datos que nos permiten dar dimensión a los efectos de la discriminación comenzó apenas en 2005, y lentamente ha evolucionado para abarcar categorías que reconocen la existencia de múltiples formas de discriminación, así como la intersección de identidades que sufren exclusión y sus efectos cumulativos.
Creemos que la Sociedad Civil Organizada tiene la responsabilidad de reconocer el fenómeno de la discriminación racial y desafiarlo. En Fortalecimiento Para Todos comenzamos por identificar la violencia asociada a la discriminación basada en la apariencia de las personas, y escuchamos sus inquietudes. Es a partir de la voz de comunidades y organizaciones de base que diseñamos nuestras intervenciones.
Invertir en proyectos que abran vías de participación social para los grupos excluidos es uno de nuestros principales propósitos. Desarticular la cadena de discriminación que impregna la vida de las personas desde la época colonial implica grandes desafíos, sin embargo, traer este debate a la vida pública e involucrar a la sociedad civil en él puede ser el primer paso.