Día Internacional de las Trabajadoras Domésticas

Día Internacional de las Trabajadoras Domésticas

El objetivo del Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, celebrado cada 30 de marzo desde 1988, es promover el valor del trabajo doméstico y convocar a iniciativas para defender los derechos de quienes lo desempeñan, mayormente mujeres.

Investigación histórica en América Latina y México sobre el trabajo doméstico realizado fuera del núcleo familiar han revelado que esta división del trabajo llegó a la región con los conquistadores españoles y permaneció durante toda la época colonial.

De acuerdo con el recuento de Salazar (1978), a diferencia del aprendiz, que “tiene la oportunidad de independizarse como practicante e incluso como maestro”, el siervo “establece con su amo una relación personal y familiar, definida por la lealtad y la sumisión absoluta a cambio de -protección- para el sirviente. Este tipo de relación expresa, además, una clara diferenciación social. De esta manera, en el siglo XIX «la asociación de trabajo doméstico con el nivel más inferior de clase, casta y sistema de color que dominó la sociedad Latinoamericana se intensificó» y la renuencia del Estado para intervenir en el trabajo desempeñado al interior del hogar dió a los empleadores poder sustancial sobre las vidas de los siervos.

La feminización del trabajo doméstico se consolidó durante el siglo XX. Durante 1930, en México, la cantidad de trabajadoras domesticas fue de 242.6 por cada 100 hombres en la misma actividad, y en 1970 la cantidad fue de 926.3 mujeres por cada 100 hombres. Es imposible entonces analizar el trabajo precario en el sector doméstico sin tomar en cuenta la dimensión del género. Las maneras en las que el género, la etnia, el estatus migratorio y la clase refuerzan las desigualdades y colocan a trabajadoras domésticas en una posición más débil dentro del mercado labora está bien documentada.

Pese a que existen agencias de reclutamiento para trabajadores domésticos, por lo general, el ingreso a esta actividad recae principalmente en un acuerdo verbal establecido entre empleador y trabajador. El requisito principal es usualmente una carta de recomendación o la referencia directa de un amigo o familiar. Además, casi siempre debe tratarse de una mujer y de alguien «de confiar».

Debido a la falta de regulación y las condiciones antes mencionadas, a las trabajadoras domésticas se les percibe como «carentes de educación, sin entrenamiento y extremadamente necesitadas». Esta percepción se transforma en un factor que condiciona sus interacciones con quienes las emplean y forma parte de un sistema de dominación que se reproduce en la vida cotidiana. Algunas manifestaciones de esta discriminación se observan en las restricciones sobre el uso del espacio, los artículos del hogar, la clase de actividades que se realizan, etiquetas peyorativas e incluso impedimentos sobre el tipo de comida a la que pueden tener acceso.  

Las condiciones del trabajo informal se añaden a la discriminación. La falta de seguridad social es, por ejemplo, casi universal para las trabajadoras domésticas. Si bien existen marcos y acuerdos de los que México forma parte, su aplicación no es vigilada por ningún organismo hasta la fecha. Aunado a esto, la desigualdad se institucionaliza por los esquemas de seguridad social existentes. A pesar de que existen regímenes obligatorios para afiliar a los trabajadores, en el caso de las trabajadoras domésticas la misma ley les niega los beneficios que éste engloba: cobertura por riesgos laborales, enfermedad y maternidad, discapacidad, jubilación, despidos, vejez, guarderías y prestaciones sociales como vivienda. En su caso, la afiliación es voluntaria y depende de la buena voluntad de quien las emplea.

Aunque el trabajo doméstico no remunerado y remunerado es central para la “sostenibilidad de la vida humana”, las condiciones en las que se desempeña, sobre todo en entornos tan desiguales como el nuestro implica enormes desafíos. Es necesario garantizar el derecho de las trabajadoras domésticas a organizarse y abogar por sus propios intereses, así como establecer mecanismos de observancia que garanticen que sus derechos sean respetados. En este sentido, el papel de la Sociedad Civil en la defensa de sus derechos resulta crucial frente a la falta de un aparato gubernamental capaz de vigilar la satisfacción de los acuerdos internacionales en cuanto a sus condiciones de trabajo y prestaciones sociales.

Referencias.

Kuznesof, Elizabeth
1993 “Historia del servicio doméstico en la América hispana (1492–1980),” pp. 26–40 in Elsa Chaney and Mary García Castro (eds.), Muchacha, cachifa, criada, empleada, empregadinha, sirvi- enta y . . . más nada: Trabajadoras domésticas en América Latina y el Caribe. Caracas: Ed. Nueva Sociedad.

Salazar, Flora
1978 “Los sirvientes domésticos,” pp. 124–132 in Alejandra Moreno Toscano (ed.), Ciudad de México: Ensayo de construcción de una historia. Mexico City: SEP/INAH.

Rojas-García, G., & Toledo González, M. P. (2018). Paid Domestic Work: Gender and the Informal Economy in Mexico. Latin American Perspectives, 45(1), 146-162. https://doi.org/10.1177/0094582X17734545

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Redacción

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